schubert1Lo de «Cuartetero» va por sus afortunados cuartetos de cuerda, y es que estando en Cai podríamos estar pensando en cuartetos de carnavá, ¡plan, plan! «¡Dios me libre!», diría algún melómano de los que gusta asistir a las salas de conciertos vestido como la ocasión merece: señor con chaqueta y corbata y señora con abrigo de pieles y collar de perlas. De esos que se enfadan si alguien llega un poco tarde, o tose, o abre un papelito de caramelo haciendo un poquito de ruido, o simplemente va sin afeitar o un poco desaliñado porque acaba de salir de trabajar, y parece que no da la talla para asistir a ese ritual en el que se da rienda suelta al más casposo y retrógado esnobismo por el cual uno es culto y tiene «poderío» (pelas) por asistir al concierto de un compositor del que conoce en realidad bastante poco. Y es que parece que están ahí para vigilar y hacer aspavientos para que se note que son muy melómanos. Más bien, melomaníacos. Más bien, gilipollas.

Tendrían que haber asistido a una schubertiada o a alguna representación de las óperas de Mozart. Y pongo de ejemplo a Mozart porque de lo poquito «real» que aparece en la película de Milos Forman, estupenda en otros aspectos pero no en el documental, es el ambiente de 425px-schubert_octet_autographauténtico barullo y cahondeo que acompañaba a aquellas representaciones: la duración infinitamente mayor (debida, por ejemplo, al hecho de tener que volver a afinar los instrumentos de cuerda, que aguantaban menos la tensión de las mismas por ser de tripa), obligaba a llevar avituallamiento, o sea, comida y bebidas variadas, con sus correspondientes vendedores ambulantes que se paseaban entre el público, gritos, risas, cantos acompañando a la conclusión del aria o del coro que se estuviera interpretando, etc. Y es que la familia podía ir a pasar el día al teatro, con los niños, la abuela… El padre discute con la mujer, la abuela se lleva a los niños a mear a algún rincón y el hijo mayor se esconde detrás de algún cortinón para meterle mano a la prima o a la vecina.

«¿Cuartetero? ¡Dios me libre!», diría alguno de estos melómanos. Y es que después de ir a hacer la rutinaria inspección de buenas formas a la sala de conciertos, toca ir a misa el domingo, para que la galería vea que, además de culto y «poderoso», eres un buen cristiano. Y nada mejor que escuchar en la comunión el «Ave María» de Schubert. He escuchado a alguno negar que Schubert fuera homosexual, que «eso son leyendas XAM68743infundadas, inculcadas por algún comunista. No puede ser maricón y componer esa música». Y es que ya no podría disfrutar como antes al escuchar su «Ave María», tendría que replantearse algún que otro precepto católico.

Y volviendo a los cuartetos, si Schubert viviera actualmente, y en Cádiz, (aparte de horrorizarse por los planes de estudio, y más en concreto en lo referente a la educación musical), probablemente participaría en alguna chirigota o comparsa, seguro que saldría el sábado de carnaval a cogerse una buena, iría sin afeitar a conciertos y, en general, disfrutaría de la vida sin preocuparse por tanta parafernalia y «buenas maneras». Y seguro despertaría algún comentario despectivo de algún ultramelómano convencido.

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