9ade08Resumiendo un poco la cosa, un profesor decía que hoy en día hay dos tipos de compositores: los que componen sobre el papel y los que componen con el oído; los que hacen un desarrollo impresionante de su obra a base de cálculos matemáticos, proporciones, progresiones, relaciones interválicas y medidas rítmicas que responden a patrones cíclicos, a veces desarrollados en espiral, a veces ensanchándose y encogiéndose, etc. (en mi opinión, una cagada); y los que se enfrentan al proceso creativo guiándose principalmente por el oído, la experimentación, el contacto directo con los instrumentos y su sonoridad. Una de las principales diferencias es que los primeros no siempre saben cómo va a sonar su obra, ni falta que les hace. Lo principal es vender bien el producto, hablando sobre él, analizándolo, pero no necesariamente escuchándolo. No es broma. A veces se escudan en lo matemático de las composiciones de Bach. Esto también es una cagada, porque, entre otras cosas, Bach suena muy bien, y no nos importa tanto su complejidad y perfección formal, sino lo que nos provoca al escucharlo. Que juegue casi constantemente en la estructura, en la relación interválica y en el ritmo con el número catorce, que surge de adjudicar un número a las letras de su apellido, siguiendo el orden alfabético: A=1, B=2, C=3, etc. (B=2+A=1+C=3+H=8, en total 14), no nos emociona tanto como la audición de sus composiciones. No nos interesa tanto su gusto por la simbología aplicada a su obra, realmente impresionante y sorprendente, como el contacto directo con su música. Reducir su música a simples cálculos matemáticos sería, como digo, una cagada.

Este último trimestre tuvimos la suerte de recibir en el Conservatorio al compositor David del Puerto, que estuvo durante dos tardes dando unas charlas sobre música, composición, la música del siglo XX y su obra. Fue muy crítico con la situación actual de la música y especialmente con los compositores, al fallar completamente la funcionalidad de su trabajo, por ser incapaces de conectar con el público y estar siempre dependiendo de subvenciones públicas que los mantienen vivos como si de una UVI móvil se tratara, a base de respiración asistida y electroshock. Si a esto sumamos que los programadores de teatros y salas de concierto tampoco hacen mucho por variar esta situación, ofreciendo principalmente música clásica tradicional por un lado y por otro, y en una mínima medida, música contemporánea que entre en la misma línea de la subvencionada, podemos sacar la conclusión de que hay muchísima música contemporánea que no conocemos y que podría perfectamente tener aceptación por aficionados a la música, sin necesidad de ser expertos, sino simplemente oyentes que tengan ganas de experimentar con el sonido a través del oído y no del papel o la palabra.

Anton_Webern_Modling_Summer_1930Mi profesor llegó a comentarme que este compositor, David del Puerto, llega incluso a tener serios problemas para que su música se interprete en teatros por dejar en ridículo a los demás compositores que estén programados en el mismo día. La comparación los deja en pañales. Tiene esa clase de problemas a pesar de ser Premio Nacional de Música. Pues ésa es la situación, una auténtica cagada.

El límite de una música que de antemano establezca unas normas de organización del sonido bastante estrictas lo podemos encontrar en el sistema dodecafónico, o serialismo, creado  y desarrollado a mediados del siglo XX por Arnold Schoenberg y sus discípulos, Alban Berg y Anton Webern, la denominada Segunda Escuela de Viena. Pero el caso es que incluso Schoenberg decía que nunca se podía componer sin inspiración, a pesar de que su sistema pudiera parecer encorsetado. Sin inspiración, cualquier obra que simplemente siga unas normas al pié de la letra sería una cagada. Su sistema se resume a grosso modo en crear una serie (de ahí su nombre) que incluya los doce semitonos de la octava que no puede volver a repetirse hasta que se concluya. Se puede desarrollar en distintas voces, a distintas alturas, con distintos ritmos, etc., pero respetando siempre esta condición. Posteriormente otros autores (Boulez, Stockhausen) desarrollaron el serialismo integral, aportación de Anton Webern, que no es más que una mayor complicación y sofisticación del sistema original, ampliando la aplicación de la serie a los restantes parámetros musicales, como la intensidad, la duración o la expresividad.

20050299Aficionado como Bach a la simbología numérica, además de a la cábala, Webern sufrió por ser judío la represión intelectual del gobierno nazi. Otra cagada más de Adolf y sus pamplinas.

Y hablando de cagadas, y de las buenas, la del soldado (paradójicamente americano) que hacía la guardia en el toque de queda establecido en Austria al finalizar la Segunda Guerra Mundial. El bueno de Anton salió tras la cena a fumarse un cigarro al portal de su casa, para no molestar a su familia con el humo. El soldado percibió algún tipo de actitud peligrosa en el músico y simplemente le pegó un tiro. Ya se sabe que el tabaco mata. Pero yo qué sé, más bien creo que son la guerra y sus consecuencias las auténticas y mayores cagadas.

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